Entre las lecturas no literarias que he realizado este verano se encuentra
Dar clase con la boca cerrada, de Donald Finkel. El título, de entrada, ya impacta; y su lectura no deja indiferente a nadie y provoca lo que pretende: “producir reflexión acerca de las múltiples maneras en que se puede planear la docencia” y “promocionar un diálogo fructífero sobre enseñanza y aprendizaje entre personas que tienen algo que decir en educación”.
En este libro, el autor cuestiona desde el principio la eficacia de la figura de lo que él llama el “Gran Profesor”, que se corresponde con la imagen cultural que tenemos de un buen profesor: aquel que enseña Narrando a sus alumnos aquello que se supone que han de aprender. Sin embargo, para Finkel, se enseña eficazmente y se produce reflexión en los alumnos “sin abrir la boca”, no Narrando; en cada uno de los capítulos del libro nos muestra cuáles son las diversas posibilidades de dar clase con la boca cerrada y que, además, son complementarias entre sí.
Muy lejos de lo que pueda parecer, “dar clase con la boca cerrada” implica un gran trabajo por parte del profesor, que sí debe permanecer callado (al menos lo máximo que pueda), pero en ningún momento pasivo, puesto que debe preparar diversos tipos de actividades para crear la circunstancias necesarias para que se produzca un aprendizaje relevante en los alumnos.
En el capítulo “Dejar que hablen los libros”, el autor defiende que los estudiantes pueden aprender de grandes libros (
La Ilíada, por ejemplo) si los leen con atención. En este caso, la tarea principal del profesor es saber escoger bien el libro o libros que los estudiantes han de leer, dejar que lo lean y asegurarse de que se han creado las circunstancias adecuadas para que lo lean bien sin necesidad de que él les revele el significado del libro.
“Dejar que hablen los estudiantes” complementa la visión del capítulo anterior y desarrolla la idea de los “seminarios abiertos”, en los que se discute en común acerca del significado y de las preguntas que nos plantea un libro que todo el grupo conoce y ha leído. Además se mencionan otras formas para hacer que los estudiantes conversen acerca de un libro, formas en las que se ahonda en capítulos posteriores: a) presentaciones formales en clase, b) grupos de estudio fuera de clase (con diversas modalidades, como pueden ser el grupo previo al seminario, el grupo de escritura o el grupo previo al examen), y c) grupos de estudio dentro de la clase, que consisten en la realización de talleres conceptuales preparados por el profesor, y que refuerzan lo que acontece en un seminario abierto.
Mientras leía estos primeros capítulos, inevitablemente por la cercanía del enfoque y la coincidencia de métodos, relacioné este libro con la propuesta que
Aidan Chambers nos ofrece en su libro
Dime. Os animo a todos a que también le echéis un vistazo, ya que no tiene desperdicio.
Si seguimos con las ideas de Finkel, en mi opinión, el grueso de su libro lo constituyen los capítulos
4. Vamos a indagar juntos,
5. Hablar con la boca cerrada: el arte de escribir y
6. Experiencias que enseñan: crear esquemas para el aprendizaje. En ellos se abordan cuestiones como la organización de toda una asignatura a partir de la indagación acerca de una pregunta o problema, la creación de una comunidad de indagación, cómo se enseña con la escritura, cómo se puede aprender juntos con la escritura, cómo se transforma una comunidad de indagación en una comunidad de escritores en la que unos alumnos se leen a otros para aprender los unos de los otros, cómo se realiza un trabajo cooperativo que produce aprendizaje significativo, cómo el profesor puede elaborar esquemas de aprendizaje que consisten en una secuencia de preguntas que guían la indagación de los estudiantes…
En el libro también se habla de la diferencia entre el poder y la autoridad del profesor, de la posibilidad de dar clase con otro colega ("enseñanza colegiada") y de la importancia de proporcionar experiencia a la vez que reflexión.
En esta breve reseña no he profundizado en aspectos que el autor trata muy detalladamente y en los que vale la pena detenerse. He compartido algunos de ellos únicamente para abrir boca y crearos la curiosidad de leer el libro. Si queréis completar la visión que yo os ofrezco aquí, vale la pena leer la excelente
reseña que realizan Alberto Luis Gómez y Jesús Romero Morante, del
Departamento de Educación de la Universidad de Cantabria.
En mi opinión,
Dar clase con la boca cerrada es un libro de lectura casi obligatoria entre los docentes, por lo que nos hace reflexionar, y por el interesante taller conceptual acerca del mismo libro que el autor nos propone en el capítulo final. De la propuesta general que nos plantea esta lectura destaco: la relación que establece entre la lectura, la indagación, la reflexión y la escritura; la importancia de la colaboración entre iguales y el aprendizaje cooperativo; así como el papel de orientador que posee el profesor, quien se mantiene al margen en muchas ocasiones para provocar, precisamente, experiencia y reflexión en los alumnos. Me interesa especialmente cómo trata el tema de cómo motivar a los alumnos para la indagación acerca de un tema, me interesa la tertulia que se produce en el aula a partir de una lectura literaria y cómo a través de la interacción entre iguales y el comentario de las producciones escritas de los compañeros se producen nuevos aprendizajes y se ponen en cuestión prejuicios o ideas previas que uno podía poseer. Además, destaco como idea realmente interesante la utilización del género de la carta personal como modo de evaluación de los escritos de los alumnos. (Para más detalle, léanse capítulos 4 y 5).
La única pega que le encuentro a este libro es que se dirige mayoritariamente a profesores de enseñanza superior, y algunas de las propuestas que nos ofrece son difíciles de adaptar a nuestras aulas de secundaria. Ahora bien, no es imposible hacerlo, así que ya estoy rumiando de qué manera lo puedo llevar a cabo con mis alumnos de 4º ESO. De momento se me ocurre que la creación de un wiki en el que los alumnos publiquen sus ensayos sobre algunos libros, y en el que puedan leerse unos a otros y crear debates a través de la pestaña Discusión, guarda bastante relación con lo expuesto por Don Finkel. Tengo la intuición de que si él hubiera tenido la posibilidad de conocer los wikis, los hubiera introducido en su práctica docente y habrían tenido en el capítulo 5 una mención especial. Si leéis el libro, ya me contaréis y me diréis si estáis de acuerdo conmigo, o no.